con tapa y cerradura para guardar objetos de valor.
Definición extraida de la RAE
La primera constatación es que la literatura no es aquel hecho bruto del lenguaje que se deja a poco penetrar por la pregunta sutil y secundaria de su esencia y su derecho a existencia. La literatura en sí misma, es una distancia socabada en el interior del lenguaje, una distancia recorrida sin cesar y nunca realmente franqueada.
Lenguaje y Literatura
Michel Foucault
1. La densidad del lenguaje:
Eugenia Prado es una voz y una estrategia, un cuerpo de citas que no refiere a un lugar sino a una multiplicidad de sentidos, gestualidades y alumbramientos. Desde este texto inaugural, El Cofre, pasando por Cierta Femenina Oscuridad, hasta Lóbulo, su última novela, percibimos la constitución de una propuesta que no esquiva su densidad, sino que re-archiva los efectos de la luz tenue en la fotografía afilada de la realidad que construye. Eugenia Prado es una escritora de zonas, de imaginarios no disciplinados en la actualidad narrativa. Su gesto se dispone a indisponer, a molestar desde su dificultad, desalojando el recurso lector subordinado y obviamente traducible, a un lector-vigilado y atrapado en sus mundos lacerantes. La política escritural de Eugenia Prado es, entonces, un desarmarse en la agresión de la totalidad. Sus desplazamientos registran una interrogación constante, donde la yuxtaposición de estructuras configura un palimpsesto de hablas y lenguajes, de superficies y fracturas que, finalmente, nos demuestran la transparencia de zonas no codificadas y poco habituales en nuestra literatura.
2. El habla como rito:
La productividad del rito, en tanto lengua que desafía al logocentrismo escritural del hombre, es el habla que se hace extranjera en la propia tierra. Prado re-significa en El Cofre su mirada anoréxica para el discurso político de su contexto, señalado claramente como fuga al discurso militante y a la carga omnipresente de la dictadura a finales de los ochenta. Escritura que gestualiza el rito del habla, oponiendo cuerpos disidentes al mandato social de las convenciones sexuales versus la racionalidad- lineal de una práctica política. El Habla como rito es, en El Cofre, una señal de autismo genérico disolviendo las oposiciones binarias de lo masculino y femenino, en tanto discurso público de un "mundo privado" y despolitizado. Prado realiza la operación quirúrgica que ha diseñado el feminismo desde sus saberes, es decir, politiza el cuerpo en tanto disidencia, politiza el habla-saber de un estigma y disuelve a la Polis.
3. La disolución de los géneros
Atentar contra el orden simbólico, invadir las cárceles significantes del andamiaje masculino y femenino, parodiar la escena corporal de la voz masculina en tanto asedio, forman parte del dispositivo utilizado por Prado en su secuencia cotidiana de la re-creación de voces. " ¿Será acaso en calco mala copia de ese hombre? O es que hubo deseado serle en parecido en aquello de placer, tantos como cuantos quisiera y martirizarlo siendo doblemente pecadora, hija, y hembra igualmente perversa" (Pag-13). Así, la pregunta es el formateo sistemático de un desalojo, de un saqueo al simbólico orden, de la ley del padre. Prado enfrenta la erosión de los géneros a través de un movimiento múltiple: delirar, tras-tocar, dis-locar, tensionando el rígido mapa racional y posibilitando otras lecturas, otros sentidos de permanecer, de gestualizar la propia soberanía.
4. La impostura de la voz como recurso.
Impostura: (Definición de la RAE), Imputación falsa y maliciosa. Fingimiento o engaño con apariencia de verdad. Según esta definición, el recurso de la voz arma una nueva estrategia: Negar la apelación de la verdad en el juego perverso de los lugares, El padre, la hija, la niña, la mujer, como voces que expulsan la verdad, o verifican el espejeo de sus erotismos, de sus convenciones sociales en los otros.
5. El cuerpo como carencia.
La constitución de saberes en El Cofre pasa por el establecimiento precario de usos corporales donde el deseo habita en la carencia. "No hay vergüenza, no descontento al morboso placer que deja la tibieza del cuerpo ya vaciado, más bien asco reconocido el intermediario, asumiendo aquel estado de interferencia" ( pág.85). Así, logramos resentir las sensaciones, re-mirar el movimiento corporal que se vive en la precariedad de un deseo siempre interrogando al otro, a la otra.
6. La fragmentariedad versus la totalidad.
Eugenia Prado ha diseñado un paisaje narrativo que asume la única posibilidad de permanecer : esquivar la totalidad en tanto linealidad discursiva de la escritura. En El cofre observamos la tensión abismal y focalizada de un lenguaje narrativo que apela a una inquietud, a una extra-polación, como si en el vértice entre literatura, lenguaje y escritura hubiese una cercanía que se debe expulsar en cada momento. En aquel vértice enigmático y oscuro, la escritura fragmenta lo real, escritura que se hace eco de una sonoridad poco agenciable a la frecuencia rítmica de una narrativa complaciente. Esta escritura deja la grandilocuencia y la literariedad como recurso, para situarse en el borde del borde, preguntando al lector-militante sobre las trampas de las convenciones tanto sexuales como genéricas. La totalidad es disuelta en El Cofre como una política de resistencias, como un simulacro a la hora de institucionalizar una forma de escritura.
7. La grafía como huella. El diseño como señuelo.
La escritura, pensada como signo, vuelve a re-plantear preguntas clásicas en tanto el montaje de significados y significantes en una trama discursiva. Eugenia Prado no quiere desentenderse de un oficio que guiña a otro, escritura y diseño como un todo fragmentado, diseño y polifonía en el paisaje visual que la escritora manipula junto a un colaborador del libro, el artista plástico Eugenio Dittborn. No deja de sorprender que este libro, mutación de su época anterior, deje la piel vieja para re-constituir un nuevo lugar. El Cofre de Eugenia Prado ha sido pensado como objeto y deseo en un mismo vértice, gesto que se evidencia en la factura interdisciplinaria del libro. Sin duda, un nuevo sentido agregado que genera una plusvalía estética, imaginando al libro su legitimidad como objeto, como artefacto, en la medida que juega con la metáfora escénica de un Cofre cerrado y abierto, y que guarda en su interior las cargas significantes que lo constituyen.
8. La disidencia como señaletica de una zona.
Eugenia Prado es una escritora que ha generado complicidades escriturales con otros lugares, es así que, en la distancia y cercanía de la escritura de Diamela Eltit, dialoga con imaginarios que, entre sus líneas o estrategias, se desplazan por una interrogación al canon, a la disolución de lo masculino y femenino como representaciones simbólicas y materiales de un orden cultural, partes integrantes de la aguda estrategia escritural de Diamela Eltit. En otro sentido, se podría relacionar los imaginarios de Lóbulo, Cierta Femenina Oscuridad y El Cofre, con las genealogías narrativas dejadas por María Luisa Bombal o Marta Brunet, cuyas escrituras re-situaron el imaginario representacional de las mujeres, para hacer guiños y generar sutiles sospechas, instalando subjetividades que emergían entre-líneas por las tradiciones literarias.
9. La fragilidad perversa versus el sujeto histórico de los ochenta: los indicios y rastros de una escritura tránsfuga.
Finalmente, el gesto de re-edición de este libro inaugural de la escritura de Eugenia Prado es, también, una re-constitución de lugar y una necesaria valoración de una escritura que, obviando los lineamientos generacionales y recursos estilísticos de moda, ha generado una sugerente zona imaginaria que desafía al orden simbólico, al logos masculino. El Cofre no sólo inaugura en la escritura de Prado su propio pulso narrativo, sino también deja huellas de un recurso y una política disidente, en una época (años 80) donde se privilegiaba, en el escenario global, la subordinación de la escritura al proyecto social de transformación histórica. Prado en su molestia, gestionaba su mayor logro: responder a la época con un plan narrativo que instalara la incomodidad del lenguaje frente a aquella representación político-militante y a su orden simbólico masculino. El Cofre de Eugenia Prado pertenece a la historia disidente de las escrituras chilenas y latinoamericanas, ya que generó un campo de disolvencias que, junto a otras escrituras bastardas y minoritarias, apelaron a una nueva re-significación de las escrituras como cuerpos políticos interrogando a la centralidad del poder.
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